Escrito por Ángel G. Robledillo.
Publicado con permiso del autor.
Todos los derechos reservados.
Desayunamos tarde
después de la tormenta.
Nos conocimos hace unas horas,
nos desconoceríamos tras el café.
Todo transcurría con normalidad.
En breve saldrías
de la cocina;
de mi casa;
del portal;
de mi vida.
Entonces ocurrió.
Cogiste su taza
de la estantería.
Su taza.
Un trozo de cerámica al fin y al cabo
un pedazo de barro
al que unas manos dieron forma
y al que sus labios dieron vida,
sorbos de café
latidos de porcelana.
Manos extrañas esta vez,
no son los mismos dedos
que me quitaban las pestañas caídas
en la batalla del sueño,
que me robaban, entre risas, las tostadas
que yo había preparado.
Que yo había preparado
para que me robaras.
No son las mismas manos
que doblaron la ropa en maletas nuevas
que guardaron las cosas en cajas viejas
que dejaron las llaves sobre la mesa
que no quitaron, esta vez
el flequillo de la cara al despedirse.
Olvidaste una taza.
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